El 4 de septiembre se celebra en Argentina el día del inmigrante. Se eligió esa fecha a partir de 1949 para recordar la llegada de los inmigrantes al país.
En el año 1812 el triunvirato dictó una disposición que ofrecía la inmediata protección a las personas de todas las naciones y a sus familias que desearan fijar su domicilio en el territorio argentino. Se les aseguraba el pleno goce de los derechos del hombre en sociedad, siempre y cuando respeten las leyes del país.
Entre 1871 y 1915 Argentina recibió casi 5.000.000 de emigrantes europeos originarios de diversos pueblos y culturas. Los principales grupos étnicos que llegaron al país fueron italianos, españoles, franceses, sirios-libaneses, entre otros. En las últimas décadas se afianzó la inmigración desde países sudamericanos como Paraguay y Bolivia.
Actualmente en Argentina hay millones de extranjeros que representan el 4,9 % de la población nacional según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
Este artículo va a ser diferente a lo que publico habitualmente en este blog, ya que está pensado a modo de reflexión personal.
Más allá de la historia y las cifras que son sólo números y estadísticas, me gustó la idea de traer este tema que es tan delicado y todavía en pleno siglo XXI avanza la ciencia pero pareciera que la humanidad de muchos quedó en el tiempo. Todavía escuchamos noticias de discriminación y racismo, incluso vemos personas que hablan de forma despectiva sobre la nacionalidad de otros.
No es la intención enfocarnos en el tema de la discriminación sino en esa falta de empatía de mucha gente con el inmigrante. Pienso que pecamos muchas veces por desconocimiento y por estar cerrados a otras realidades.
La persona que emigra lo hace porque en su país de origen existen problemas económicos, políticos, sociales o incluso guerras o persecuciones de las cuales está sufriendo, intenta salir en busca de una mejor calidad de vida para su familia que, a veces la lleva a cuestas y a veces quedan a miles de kilómetros de distancia.
Un inmigrante es una persona muy valiente, arriesgada y con una mentalidad muy abierta y predispuesta a adaptarse a lo nuevo y desconocido.
Nadie se va de su tierra con alegría, dejando una casa, una familia, una madre, un hijo, hermanos, amigos, un pueblo que lo vio crecer sin dolor y sin llorar de incertidumbre, sin saber si los volverá a ver algún día. Nadie. La persona que emigra se va con dolor porque no tuvo oportunidades de desarrollarse económica y personalmente en el país que lo vio nacer.
Su familia lo despide con tristeza y con llanto y lo ve partir con una mochila o valija con lo poco que tiene y hacia un destino muchas veces incierto, sin saber cómo y dónde estará, si lo recibirán bien, si encontrará ayuda.
Muchos inmigrantes no eligieron el destino al cual fueron. No se están yendo de vacaciones. No son turistas. Tal vez ese destino era el más accesible económicamente o por papeles y documentación, tal vez tenían algún conocido que viajó primero, etc.
Mucho más difícil es la situación para aquellos que ni siquiera conocen la lengua del país donde van. Muchos se enfrentan a una cultura diferente, con leyes y costumbres muy distintas, se enfrentan a barreras culturales muy grandes. Luchan con la impotencia de no poder expresarse bien.
Tuvieron que aprender a comunicarse, a pedir trabajo, saber dónde comprar y como pedir; A muchos les cuesta relacionarse y hacer amistades porque el lenguaje los limita. Otros tantos dejaron profesiones y oficios colgados en la pared para empezar de cero y/o vivir de lo que jamás habrían imaginado.
La realidad de los inmigrantes es más compleja de lo que parece a simple vista, quienes tengan familiares inmigrantes o quienes lo viven en carne propia saben de todas las complicaciones que conlleva. Además muchos viven en soledad y cargados de nostalgia, pero toman fuerzas en el recuerdo de su familia.
También deben aprender a lidiar con la injusticia y muchas veces con los comentarios de la gente mal intencionada, quejas de todo tipo y sin fundamentos: Que si reciben ayuda social “son vagos” pero si trabajan “nos vinieron a robar nuestro trabajo”. Contradicciones todo el tiempo. Se los juzga si utilizan la salud o la educación pública pero al alquilar una vivienda pagan impuestos como cualquier ciudadano. Además están ayudando al desarrollo del consumo comprándonos a nosotros, pero eso no lo vemos.
Aclaremos que ninguna persona es “ilegal”. Las cosas o papeles pueden ser ilegales, pero las personas no. En todo caso nos referimos a “personas indocumentadas”
Ese es otro gran tema: la documentación, las trabas que tienen para obtener un documento o ciudadanía. Muchos países aun no tienen embajada en Argentina, lo que hace que ciertos inmigrantes no tengan donde asesorarse por estas cuestiones, sumado a la dificultad para comunicarse. Al no poder acceder a determinados papeles, el inmigrante se ve limitado para obtener beneficios que son su derecho. Porque la migración es un derecho y lo dice la constitución nacional. De otra manera y sutilmente se les está pidiendo que se vuelvan a su país. Ojalá que ninguno de nosotros estemos en su situación nunca.
No es mi intención meterme en cuestiones políticas ni tampoco defender a gente desagradecida que emigra con fines deshonestos o ventajeros. Tampoco estoy apoyando la venta desleal ni haciendo apología. Solo quería aprovechar esta fecha del almanaque poco difundida para reflexionar y mirar desde otro lente el tema de la inmigración que es la realidad de muchas personas en nuestro país.
El inmigrante vive situaciones difíciles pero también tiene satisfacciones: Logra conocer personas que nunca habría conocido, se enriquece de experiencias, se desarrolla a nivel personal y social, aprende sobre solidaridad, sobre la vida, sobre el amor. Conocerse a sí mismo y respetar las diferencias de los otros. Aprende a valorar lo suyo y a amar mucho más a su patria.
Mis abuelos (los cuatro) son inmigrantes, escapando de una crisis económica llegaron a la Argentina en 1945, hace 74 años y trajeron una cultura de trabajo que aún permanece en sus hijos y nietos. Admiro la forma de enfrentar todos los retos que se les presentaron.
Mi abuelo me dijo una vez “que Italia es su mamá y Argentina es su mamá adoptiva”, con esa metáfora trató de transmitirme un poco de ese sentimiento de pertenencia.
Quiero dejarles por medio de este mensaje, un pedido especial de empatía y de consideración por el extranjero, de acercarse, ayudarlos, acompañarlos, preguntarles por sus miedos, sus expectativas, sus historias. Ellos tienen mucho para contar y para dar.
Abuelo Antonio esta reflexión está dedicada a vos.
¡¡Feliz día del inmigrante para todos aquellos valientes que dejaron su tierra en busca de una vida mejor!!